Leamos el siguiente cuento...
Como cada verano, la señora Pata
empolló y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos,
que siempre eran los más guapos.
Llegó el día en que los patitos
comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido
para verlos por primera vez.
Todos se concentraron en el huevo
que permanecía intacto. Al poco tiempo, el huevo empezó a romperse y salió un
sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más
feo y desgarbado que los otros seis.
La señora Pata se moría de la
vergüenza por haber tenido un patito tan feo y lo apartó con el ala mientras
prestaba atención a los otros.
El patito se quedó tristísimo
porque se dio cuenta de que allí no lo querían y decidió que debía buscar un
lugar donde pudiera encontrar amigos.
Así que una mañana, muy temprano,
antes de que se levantara el granjero, huyó del nido. Llegó a otra granja pero no
encontró cariño y se marchó. Llegó el invierno y el patito feo tuvo que escapar
del frío y de los cazadores.
Al fin llegó la primavera. El
patito feo pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás
había visto y les preguntó si podía bañarse también.
Los cisnes le respondieron:
—¡Claro, eres uno de los
nuestros!
—¡No se burlen de mí! Ya sé que
soy feo y desgarbado, pero no deberían reír por eso... —dijo el patito feo.
—Mira tu reflejo en el estanque
—dijeron — y verás cómo no te mentimos.
El patito se introdujo incrédulo
en el agua transparente y lo que vio lo dejó maravillado. ¡Durante el largo
invierno se había transformado en un precioso cisne!
Así fue como el patito feo se
unió a los suyos y vivió feliz para siempre.
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